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26 de diciembre de 2011

BUSCANDO LA PARTÍCULA DE DIOS

Los científicos estuvieron décadas buscando el esquivo bosón de Higgs. Parece que ahora están cada vez más cerca de hallarlo —y de desentrañar el misterio de cómo llegamos aquí.
Días atrás, la emoción era palpable en Europa. Una serie de experimentos apuntaba al hallazgo de un nuevo ingrediente indispensable para la naturaleza: la partícula conocida como "bosón de Higgs". Y no se trata de cualquier partícula, ya que confirmaría la premisa sobre la que se sustenta una teoría física que explica los bloques de construcción de la materia. Aun los no científicos —para quienes términos como "campo de Higgs" o "hadrones" son incomprensibles— se entusiasmaron: estamos cerca de desentrañar misterios que, hasta ahora, permanecieron lejos de nuestro alcance.

Los "hadrones" son partículas que interactúan con alguna de las cuatro fuerzas de la naturaleza, conocidas colectivamente como interacción nuclear fuerte. Los experimentos para detectar el bosón de Higgs se llevan a cabo en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), un enorme acelerador de partículas ubicado en la frontera franco-suiza, dentro de un subterráneo laberíntico donde los científicos observan el choque de protones (un tipo de hadrón) acelerados a casi la velocidad de la luz. Esa aceleración hace que los protones colisionen mil millones de veces por segundo en una región más pequeña que un cabello humano; y cuando eso sucede pueden convertirse en una energía que, como predice la teoría de Einstein, es capaz de crear tipos de materia jamás vistos. 
(FUENTE: Newsweek) 
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25 de diciembre de 2011

GOOGLE AL RITMO DE LA NAVIDAD

Google elegió esta vez sonar al ritmo de "Jingle Bells", un clásico navideño publicado por primera vez en 1857 que se convirtió en la canción más conocida en el mundo.
Su título original fue «One Horse Open Sleigh» y la escribió James Pierpont, y en 1859 la relanzaron con el título que conocemos hoy.
No se trata de una canción específica de navidad, y habla de carreras de caballos. ¿Por qué será usada en este fecha?
Corriendo por la nieve
En un trineo abierto de un solo caballo
Vamos sobre los campos
Riendo todo el camino
Suenan las campanas de la corta cola / Oye nuestras voces sonar
Haciendo brillar a los espíritus
Qué divertido es reír y cantar / Qué divertido es conducir y cantar / Oh, qué divertido es cantar
Una canción de trineo esta noche
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23 de diciembre de 2011

MANDALA PARA PINTAR. Navidad.


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20 de diciembre de 2011

Fenómenos transicionales.

La leí en página 12. Me gustó mucho. La comparto.
Memé
 


Agujerito en el zócalo

Por Daniel Ripesi
A Malena
Iban a mudarse y estaban felices. Habían encontrado una casa más amplia, que hasta tenía un pequeño jardín donde María, de cinco años, podría jugar al aire libre. Sin embargo, la niña estaba triste y bastante enojada con el cambio. Se le explicaban las enormes ventajas del nuevo lugar; se intentó tranquilizarla diciéndole que la compradora de la casa que dejaban estaba muy de acuerdo en que ella volviese cuando quisiera. Pero además ella se iba a llevar todas sus cosas, los juguetes, los adornos de su pieza, en fin, no iba a dejar nada. Pero María, indignada y acongojada, le contestó a su madre: “Es que no me puedo llevar el piso...”.
La niña no podía resignar ese territorio, para ella vastísimo e íntimo: el agujerito en el zócalo por donde entraban y salían miles y miles de hormigas, que a veces ella contrariaba poniendo obstáculos en su camino; los diversos (ínfimos, para una mirada desatenta) desniveles de las baldosas, distribuidas como terrazas escalonadas de un palacio, la mancha oscura en el parquet del living (de la que tanto se lamentaba mamá) que recortaba el espacio reducido de una laguna en la que los viajeros cansados se refrescaban antes de partir nuevamente hacia tierras extrañas (aunque otras veces esa misma mancha en una isla perdida, y entonces todo el piso de parquet era un mar).
En fin, cómo abandonar todo ese territorio existencial: esa mancha del living que se ajustaba a la medida exacta de su pequeño pie (pero que condensaba un millón de mundos posibles), el piso del baño que dibujaba un complicado laberinto que sólo ella podía descifrar, y en ese laberinto que cada vez cambiaba sus trampas y donde sin previo aviso cambiaba de lugar la salida, en ese laberinto mágico siempre había algún insecto desorientado al que ella tenía que ayudar.
Piso rascado, de a ínfimos fragmentos, con tanto esmero y pasión, por el dedito de su mano inquieta, desde cuando todavía había que apuntalarla con almohadones para mantenerla sentadita, piso babeado con generosidad cuando se lanzó, en errático gateo, a la exploración de sus confines, y, más tarde, puesto a temeraria distancia de sus manitos cuando se animó a dar los primeros pasos.
En el principio, ese piso fue para ella pura vastedad sin relieve, sin referencias, casi sin horizonte. Luego, poco a poco, la niña se fue atreviendo a unos pocos gestos mínimos de exploración que empezaron a construir (más que a “reconocer”) relieves y texturas, planicies y elevaciones: “lugares”. Lo que Donald Winnicott llama “gesto espontáneo” es un primer movimiento inmeditado del bebé que se aventura hacia lo extraño y ajeno para inaugurar allí mundos más o menos hospitalarios.
Para empezar, el bebé conquista el mundo escueto y seguro de “unos brazos que sostienen”. Más tarde –dice Winnicott–, el mundo sólo tiene sentido para un sujeto si se ofrece como una prolongación del “patio de atrás”. Los brazos de la madre son la carne de esa dilatada metáfora que llamamos mundo; desde esos brazos se atisba lo que pasa más allá. Y así se dan los primeros pasos, justamente hacia ese más allá que los cuidados maternos (si no son excesivos o inexistentes) trasforman en un territorio de juego. Si se cae de ese espacio de juego –que Winnicott llama “campo de fenómenos transicionales”–, nada y todo, demasiado y demasiado poco: el sinsentido. En ese campo de fenómenos transicionales, el absurdo no lleva al desencanto, la ilusión no lleva a la manía. Es un lugar construido para agasajar, un reparo donde –si fuera necesario– esconderse, donde mostrar sin exponerse excesivamente. Lugar de tránsito, de llegadas y partidas.
Pero a veces, laberinto, hábitat sin techo, campo minado. A menudo refugio infranqueable. Tiene sus sectores blandos, cenagosos, públicos y privados, lugar de estar, de descanso, con alero, con galería en el frente, de mosaicos frescos para recostarse un ratito en verano, y observar atento la marcha ordenada de las hormigas.
J.-B. Pontalis nos dice: “El instante necesita de un lugar para no desvanecerse del todo”. Me gusta esta idea porque, quizá, cada uno de nosotros no sea otra cosa que un inesperado instante o una serie de diversos instantes aislados (que hilvanamos ilusoriamente para darnos la sensación de poseer una historia), fogonazos o estallidos efímeros de pasión y deseo que necesitan de un piso firme donde afirmarse para dar lugar a una vida.
* Psicoanalista.
(Fuente: Pàgina12)
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JUANA LARRANA EN EL DIVÁN

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