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22 de julio de 2007

DISCAPACIDAD E INTEGRACIÓN. STULTÍFERA NAVIS.

O la nave de los locos, parafraseando a Michel Foucault...
Primero los leprosarios. Desaparecida la lepra (hacia fines de la Edad Media), las enfermedades venéreas. Posteriormente –siguiendo una línea temporal- la locura, los pobres, los desocupados, los “insensatos”. Pero siempre, siempre; la sociedad manteniendo estos espacios de expulsión como navíos erráticos pero presentes, y a una distancia suficiente como para que –aquellos dotados con los dones divinos de la normalidad- tuviesen su razón de ser. Ser en la diferencia. Ser, por no ser lo que aquellos otros sí son.
Habitantes de la posmodernidad, desaparecidas aquellas casas venidas del infierno en la Europa Medieval; continúan manteniéndose los valores e imágenes, la estructura misma de la expulsión; tal vez con leves cambios en el depositario y el depositante; pero no en lo depositado.
La sociedad actual, tomando como índice su esquema exclusivo, está conformada por un mayor número de personas con discapacidad que aquellas con todas sus capacidades intactas. Veamos: 1) ancianos y niños, que por cuestiones relativas a su naturaleza cuentan con una larga lista de acciones que no pueden realizar; 2) adolescentes; 3) minusválidos; 4) portadores de H.I.V; 5) adictos. (Sírvase Ud., lector, completar la lista).
Aún así, la moda del universo simbólico actual; la tendencia del paradigma científico que hoy nos respalda, es integrar. Integrar al diferente. Cuestión esta que nos pone en serios problemas: ¿a quién integrar?. ¿Quiénes integran a los “diferentes”?. ¡A reciclar leprosarios! Negocio, poder, caridad-salvación...
El aparato que mantiene a la sociedad sumergida en la ignorancia abarca un espectro muy amplio: publicidad; televisión; cine; literatura; etc. La joven inocente es ciega y el cojo es el villano. Refuerzo de prejuicios.
Cuando comencé mi carrera supuse que la población con discapacidad se encontraba “sectorizada”, por lo menos en términos de cierta claridad en su “visualización”. Luego obtuve resultados muy diferentes y hasta hoy sigo preguntándome a qué y a quiénes se refiere la tecnocracia cuando se pronuncia a favor de la integración.
Tal vez exista cierto afán reproductivista en las oscuridades del inconsciente de esos señores, que higienizan cuidadosamente sus manos luego de haber acariciado públicamente a un espástico. Posiblemente tengan lugar las postulaciones de R. Dawkins, y sea ésta una ocasión propicia para conservar nuestros mejores genes; de modo tal que quizá convendría más rehusarnos a “alimentar” al miembro de nuestra sociedad con una discapacidad y destinar lo que a él le corresponde a aquellos miembros sanos. O tal vez comérnoslo (expulsión) y utilizarlo para producir más alimento (explotación).
Desde una perspectiva antropológica, aquello que llamamos hombre, es un conjunto de rasgos, atributos, estructuras; empíricas y no casuales sino permanentes.
La vida humana tiene una estructura y es el conjunto de estas estructuras lo que llamamos hombre.
Cuando aparece un factor que incapacita al hombre, estamos ante una alteración empírica de la vida humana. Julián Marías nos brinda un ejemplo sencillo: un zurdo no representa ninguna inferioridad, pero simplemente posee una pequeña diferencia que llama la atención por poco frecuente. Y es este un punto importante: la reacción de la sociedad ante lo que no es estadísticamente normal o frecuente. Así, un genio también es anormal..
Resulta más beneficioso tomar al hombre como un bloque histórico; tomar el punto de vista biográfico más que el morfológico o el de lo infrecuente. Ahora volvemos a detenernos para plantear un aspecto decisivo en una discapacidad: la realización de proyectos. Si una persona con discapacidad consigue realizar sus proyectos, aún con dificultades, en definitiva resulta –biográficamente- ni anormal ni discapacitado. Por supuesto, con el aporte de la técnica científica y la técnica social. Las múltiples trayectorias que elija un discapacitado deben estar facilitadas no sólo por la técnica sino también por la sociedad.
Así es que la discapacidad nos pertenece a todos: Deberíamos integrar las discapacidades en un esquema general de reajuste, de reconstrucción de proyectos, buscando lo que realmente y dentro de su vocación, el discapacitado puede realizar.
De este modo tendríamos una visión no tan restringida como la orgánica, no sólo patológica, de una discapacidad. Poseeríamos una visión biográfica según la cual, a través de un reajuste, podrían transformarse las circunstancias y dejar abierto el horizonte para que las personas con discapacidades logren realizar sus proyectos.
Normalidad-anormalidad, se definen socialmente, subjetivamente y de modo variable según los diversos contextos culturales e históricos. Es un concepto relativo y no se halla inscripto en la persona sino fuera de ella. Se enmarca en los roles sociales, los valores asignados a ellos y la interpretación sobre discapacidad por parte de la sociedad.
Para integrar (o mejor integrarnos) es necesario un cambio en las percepciones y valores sociales y no en el sujeto “anormal”. No eliminar las diferencias, aceptar su existencia. No partir de la discapacidad sino de las capacidades.
Aún hoy, no son verdaderamente aceptadas las diferencias. Estos sujetos extraños, los discapacitados, aparecen como molestia en una sociedad “normalizada”.
Caprichosamente viene a presentarse ahora el Homo Erectus. Él no sabe de crisis, ni duelos, ni minusvalías. Sale a cazar mientras los “cachorros” humanos quedan con la madre, cerca del fuego. Embrión de hogar. ¿Quién habrá orientado a estos arriesgados? ¿Natura?
El hombre de hoy, que ocupa el sitio más elevado en la escala zoológica; es el único animal capaz de dejar a sus crías guachas. En tanto algunos, y eligiendo muy bien el fenotipo, conservan y ayudan a crecer a algunas de esas crías.
Todo evoluciona, pero somos felices.
La sociedad agradece a la Ciencia y a la Técnica que avanzan día a día.
Así, otorga a los padres la ocasión de conocer de antemano cómo será su hijo. Y, luego, tomar la decisión de tenerlo o abortarlo; asumirlo o abandonarlo. Como los hijos mutilados de una guerra, como dijera Rascovsky. Pero, esta vez, la guerra entre la excepción y la regla; entre lo estético y lo desagradable; entre el narcisismo o el destierro de los espejos; entre lo que falta y lo que se tiene.
No se integra desde la culpa.
No se producen cambios desde lo amenazante.
No se comprende desde la ignorancia.
El conocimiento despeja caminos y resignifica estructuras.
Integrar es posible, no es una utopía. El verdadero límite no está en la utopía sino en la amenaza...
Por la desaparición de los leprosarios de hoy.®
Prof. Mónica B. Otero*
__________________________________________
*Prof. Esp. en Disminuidos Físicos. Especialidad Ciegos y Disminuidos Visuales.
*Prof. para la Enseñanza Primaria
*Prof. Esp. en Adolescentes y Adultos
*Consultora Psicológica
Por consultas escriba a carne_dedivan@yahoo.com.ar mencionando esta página

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